Cien Millones de Años

«Al inicio de todo, no había nada. El mundo fue creado cuando Naosla Shau, señora de las estrellas, reunió todo el polvo cósmico que pudo y lo amasó y comprimió hasta poder bordarlo en su vasto manto universal. El resto de dioses sintieron curiosidad por el cúmulo de polvo, pero Kochi Mami, diosa del agua, fue la más rápida y lo cubrió totalmente de líquido para poder adueñarse de él. Shur Kor se molestó mucho, y su ira hizo arder el núcleo del planeta, despertando violentos conos de fuego en la tersa Pantalasa de Kochi Mami. Cuando la lava se enfrió, se formaron cientos de islas negruzcas, que algunas se apretujaron entre sí, formando continentes, montañas, sierras y simas. Al ver el nuevo aspecto del mundo, los dioses sintieron aún más curiosidad, y decidieron bajar a él para verlo mejor.»

«Esta transformación de un simple cúmulo de polvo les maravilló, y se preguntaron si no podrían transformarlo más para hacerlo aún más hermoso. Y de esa manera, los dioses empezaron a interactuar con el mundo.»

«Pero pasaron los años, y el mundo seguía casi igual: el calor de los antiguos volcanes había evaporado parte del océano de Kochi Mami, creando nubes y viento, los cuales Nemoi Not domó sin dificultad, cincelando sin querer las montañas y duras tierras de Shur Kor; éste inventó otros tipos de tierras, más duras y más blandas, para despertar la imaginación del resto de dioses.»

«Pero todo era inútil. La transformación del mundo se estancó, y cualquier intento de ser vivo nuevo y diferente a ellos terminaba en muerte, en el olvido.»

«Aun así, aquello no les disuadió de intentarlo, y descubrieron a otros dioses nacidos de ese mundo inhóspito, como por ejemplo, Saro Kata, que brotó de la tierra llana y blanda, al que Shur Kor llamó “su hermano”; a otro emergido de una geoda, y una diosa hallada en las entrañas de un volcán. Shur Kor se quedó prendado de esta doncella y quiso unirse a ella. Naosla Shau le concedió su deseo y bendijo su unión. Y de pronto urgió la necesidad entre los dioses de casarse, pero todos quisieron hacerlo con la misma diosa: Kochi Mami.»



«Todos trataron de ganarse su favor y su simpatía, pero ella los desdeñaba. Cuando se cansó, proclamó que sólo se casaría con aquel que le hiciese un regalo cuya belleza durase cien millones de años y más.»

«Algunos pretendientes se desanimaron y rindieron ante el orgullo de la diosa, pero otros se decidieron a intentarlo y quisieron obsequiarle sus mejores creaciones, como una llama azul como el mar, o una joya enorme, también azul, de gran dureza y brillo sin igual, pero Kochi Mami los despreció, porque el fuego podía apagarse con la lluvia, y las piedras, por muy duras que fueran, terminan rompiéndose y erosionándose por el viento y el agua.»

«Pero hubo uno, Saro Kata, el de piel terrosa y fina, que se acercó a ella no para ofrecerle un regalo, más bien todo lo contrario: quería pedirle un poco de agua fresca. Kochi Mami, extrañada, se la dio en el gran cuenco de piedra que le tendió él, y el muchacho se marchó. Y así, cada pocos días, él le pedía agua, y ella se la concedía.»

«Poco a poco, Kochi Mami se acostumbró a la compañía del joven Saro Kata, que era el único que la sacaba de su aburrimiento. Cuando hablaba con él, Saro Kata le dibujaba cosas en la tierra, cosas extrañas. No le decía qué eran, sólo las llamaba “sus ideas”, y que intentaba hacer como los otros dioses y llevarlas a la realidad, y que estaba determinado a ello. Al cabo de unos años, ya nadie regalaba nada a Kochi Mami, porque nada de lo que le ofrecían la contentaba, pero Saro Kata había seguido pidiéndole agua, hablando con ella e imaginándose el mundo del futuro.»



«Naosla Shau, como era la más mayor y más sabia y podía ver todo desde su casa, vio que Kochi Mami había cambiado y que iba a buscar al chico por propia voluntad, cada vez con más anhelo y alegría. Y al final llegó el día que tanto esperaba.»

«Saro Kata tomó de la mano a Kochi Mami y la guió por el campo rocoso hasta un rincón muy especial: el suelo ya no era marrón negruzco, sino verde esmeralda, y estaba erizado de pelos erguidos y también verdosos, y en el centro de ese punto...»

«“¿Qué es eso?”, preguntó la diosa. “Esto es nuestro”, le respondió el dios.»

«Le explicó que lo que se erguía sobre el suelo era “hierba”, y la más grande de todas se llamaba “árbol”; que la tierra de Shur Kor podía alimentarlos más que de sobra, pero morían si les faltaba el agua.»

«Saro Kata le dijo que ningún obsequio que le ofrendase duraría tanto como pidió, pero podía hacerlo si lo cuidaban juntos. Declaró su amor por ella y le pidió unirse a él, y cuidarse mutuamente hasta el fin de ese mundo. Y ella aceptó.»

«Naosla Shau bendijo la unión de la nueva pareja y escribió su voto de cuidar el nuevo milagro en las estrellas de su manto, para que el resto de futuras criaturas que poblasen la tierra lo vieran. Los demás dioses supieron que sólo colaborando conjuntamente podían cambiar el mundo, y pronto se dieron otras parejas y nacieron nuevos seres, todos distintos, todos hermosos.»

«Desde entonces, las bodas de la tribu se celebran de noche; los novios sellan su amor plantando un árbol, el hombre entierra una semilla y la mujer la riega, y a partir de ese momento deben cuidarlo y enseñar a sus hijos a hacerlo hasta que tengan su propio árbol.»



«Es la Ley de la Vida, proteger, cuidar y enseñar. Sólo así cualquier cosa podrá durar cien millones de años… Y más.»


Extracto de El lirio en el manantial


Dibujos y Texto por Raquel Delgado

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